Casting para Alastar Morange

Me había levantado con el pie izquierdo. Es de esos días en que todo lo que hagan los demás te saca de quicio. De esos días en que cualquier cosa te hace enloquecer. Y aún más a mí, que era tan explosivo. Ya por lo general salto a la mínima provocación, sobretodo con los sangre sucia. Los sangre pura aún los tolero un poco, y me puedo controlar más, pero con los sangre sucia... Es otro mundo. Son seres demasiado molestos e insignificantes, no se merecen para nada el privilegio de la magia. No saben lo afortunados que son, y además lo desaprovechan.

Como decía, era uno de esas días en que todo me parece mal, y iba por los pasillos del colegio con mi peor cara. Por mi lado pasaron un grupo de niños de primeros, gritando y alborotados. Los miré con mi mejor cara de odio. Tampoco no eran tan tontos, se callaron al instante y avanzaron silenciosamente procurando pasar lo más lejos de mí. Todos menos uno. Un pequeño gryffindor me levantó la cabeza con mirada desafiante. Gryffindor tenía que ser.

- Fuera niño, si no quieres terminar en San Mungo.- dicho esto, el niño bajó la mirada, de repente asustado. Rodé los ojos y seguí mi camino hacía ningún lugar. Ya llevaba demasiado tiempo merodeando por los pasillos. No estaba de humor para ir a la Sala Común.

Desde hacia rato que tenía la sensación que que alguien me seguía. En realidad, ya hacía semanas que tenía esa extraña sensación. Era como si un par de ojos siguiensen todos mis movimientos. Giré de repente y me encontré con el grupo de niños de primero, otra vez corriendo y gritando. Pero no fueron ellos quienes llamaron mi atención. John Potter estaba allí para incordiarme. Siempre que tenía la sensación de ser observado veía a Potter, con un posado distraído pero tenso a la vez. Seguramente me vigilaba por controlar a su hermana. Leila... Si no fuera por ella ya le habría dado un par de ostias a ese chico. Pero si Leila me pedía que no me peleara con él, yo lo haría. La amaba demasiado para hacerle daño. Era mi ángel, la razón por la que vivía. Sin ella mi vida no tendría sentido.

Por primera vez al día, pensando el Leila, olvidé mis problemas y la vida me pareció feliz. Ahora mismo solo quería ir a la Sala Común para ver su sonrisa. Era demasiado el poder que tenía sobre mí. Si ella me pidiese que me tirara de un puente, lo haría sin dudarlo un segundo. Y por protegerla daría mi vida. No dejaría que nada ni nadie la dañara.